Cuando un cliente escoge la barra del Loser para beber en soledad, es casi seguro que antes o después acabará hablándole al barman. La mujer ha estado anotando algo en una agenda, luego ha mantenido una breve conversación por el móvil (el barman, sin proponérselo, le ha oído decir que se retrasará un poco). Luego se ha quedado un rato como olfateando en el aire el piano de Thelonius, la trompeta de Miles. No hay nadie más en el local.
-Si tienes cuarenta y cinco años y envidias a los que se van jubilando es que algo te ha salido realmente mal -dice, de pronto-. Tan mal como para estar temiendo perder el trabajo que llevas odiando desde hace diez años, por ejemplo, y como para saber que más allá va a ser difícil encontrar otro. Qué poca gracia me hizo cuando mi marido pinchó en el panel de corcho de su despacho un chiste de Forges en el que un tipo dice, mirando por la ventana y con la parienta detrás de él: Si llego a saber que la vida era esto, a los veinte me compro la Harley. Fue hace ya varios años, y allí sigue, y no me hizo gracia porque, bueno, su vida también soy yo, supongo. Bueno, pues ahora lo entiendo, sigue sin hacerme gracia, pero lo entiendo. Es terrible ser una mujer madura en el corredor del desempleo, esperando, esperando. Y no busques la verdad de la situación en los telediarios. En los telediarios te oscurecen el miedo que ya tienes. La verdad es que estamos en la fase de la usura y la milagrería: compramos tu oro y Jesús viene a salvarte. El oro es tiempo, ahora, no al revés: un par de meses más, aguanta otro par de meses, cuatro si te pagan por la cadena de la abuela lo que vale... Pero no hay final del túnel. Cada vez más locales de compra de oro, que están ahí, esperando que toques fondo, somos los que más pagamos, te dicen, primero como tienducas en una esquina de un barrio apartado, ahora decenas de comercios por toda la ciudad, sin ese aire vago de clandestinidad y de vergüenza, con grandes rótulos amarillos y pasquines por todos los sitios, impresos en el reverso de un billete falso, sujetos a tu limpiaparabrisas, tirados en la acera. Compro tu oro, y si no espera a que venga Jesús a salvarte, que también lo anuncian... -La mujer se lleva su copa colmada de rojo espeso a los labios y da un sorbo no mayor del que habría dado un gorrión si el Bloody Mary estuviera servido en la fuente de un jardín -Ah, pero seguro que es la historia de Navidad más deprimente que has escuchado... ¿Que no?
-Estaba pensando en una frase de Borges... –dice el barman, mirando a la mujer de frente por primera vez.
- Forges, Borges: esta fiesta se está desmadrando.
- Forges, Borges: esta fiesta se está desmadrando.
-Todas las cosas le suceden a uno precisamente, precisamente ahora. Siglos de siglos y sólo en el presente ocurren los hechos; innumerables hombres en el aire, y todo lo que realmente pasa me pasa a mí…
-Y no menos innumerables mujeres… Levanto mi copa. Que por cierto, está condenadamente bien preparada. Si llego a saber que preparabas así los Bloody Mary, a los treinta me hubiera casado contigo en lugar de con mi marido.
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